miércoles, 24 de septiembre de 2008

Organización del ejército de Los Andes

Antecedentes.

El plan de San Martín, de que se ha hablado anteriormente, no era una novedad. Al producirse la invasión de Pareja, en 1813, el gobierno de Santiago había proyectado la alianza chileno-argentina para repeler a los realistas de Chile e invadir a continuación el Perú para dar una solución definitiva a la guerra.

Sin embargo, tal proyecto parecía olvidado cuando San Mar¬tín se empeñaba en realizarlo desde la provincia de Cuyo, y se hizo más difícil desde el momento en que Chile cayó en poder de los realistas después de desastre de Rancagua.

A la inversa, una vez reconquistado Chile, el virrey trazaba el plan de reforzar sus tropas con nuevos reclutas chilenos e invadir a continuación las provincias argentinas para sofocar en ellas la evolución emancipadora.

San Martín, que tenía una acción ofensiva de los realistas de Chile, trató entonces de adelantarse al peligro, organizando fuerzas capaces de resistir un ataque realista desde Chile, y luego, de organi¬zar un ejército lo suficientemente poderoso para trasmontar los An¬des y emprender la campaña libertadora.

Para ello, solicitó y obtuvo auxilios del gobierno de Buenos Aires, aparentó ante Osorio intenciones amistosas y pacíficas, envió a Chile noticias tranquilizadoras para los realistas, exigió de los vecinos de Mendoza verdaderas contribuciones de guerra, libertó a los esclavos negros siempre que se enrolasen en sus tropas e incorpo¬ró a ellas a la emigración chilena que seguía a O'Higgins y uní buena parte de los soldados de Carrera que estuvieron dispuestos a servir bajo sus banderas.

Al mismo tiempo, enviaba a Chile emisarios de diversas condi¬ciones sociales que bajo el disfraz de expulsados de Mendoza venían a este país a proclamar su arrepentimiento de haber seguido la cau¬sa de la patria, y a circular noticias hábilmente calculadas para en¬gañar a las autoridades realistas de este país y a descubrir los espías de Osorio o de Marcó. Entre estos últimos agentes, hay que men¬cionar a don Pedro Aldunate y Toro, nieto del conde de la Conquis¬ta y muy relacionado con la alta sociedad de Santiago; al abogado don Manuel Rodríguez, antiguo carrerino y al comandante don San¬tiago Bueras, famoso por su valentía y fuerzas físicas. Al lado de éstos, prestaron servicios inapreciables algunos hombres de modesta situación, simples soldados o arrieros como el célebre Justo Estay, que dio a San Martín informes rigurosos y exactos sobre el número y situación de las tropas del rey.

Organización del Ejército de los Andes.

Sobre la base de la pequeña guarnición de Mendoza y de la emigración chilena, San Martín empezó a organizar un ejército con todos sus elementos:

- Maestranza a cargo de fray Luis Beltrán o Bertrand, hijo de francés, nacido en Mendoza y ex combatiente en el ejército de Carrera;

- Parque de artillería y sala de armas, confiada al argentino Plaza y al chileno Picarte;

- Fábrica de pólvora, dirigida por el argentino Álvarez Condarco;

- Confección de paños ordinarios o bayetillas para vestir la tropa, bajo la dirección del chileno Dámaso Herrera;

- Hospital militar, servido por los médicos Juan Isidro Zapata y Diego Paroissien, chileno el primero e inglés el segundo;

- Cuerpo de ingenieros militares, en que prestó útiles servicios don Antonio Arcos, oficial español que por haber servido en el partido afrancesado hubo de emigrar a América, etc.

- El servicio religioso estuvo a cargo de diversos capellanes y el de justicia militar fue confiado a Vera y Pintado, que aunque argentino, se había titulado en Chile y participando en la revolución chilena.

- Los servicios de intendencia fueron colocados a cargo de funcionarios laboriosos y honrados, tanto chilenos como argentinos.

- La secretaría de gobierno quedó a cargo de un emigrado chileno, modesto, observador y culto, a quien sus compatriotas llamaban "el filósofo": don José Ignacio Zenteno, que llegaría a ser uno de los más notables ministros de O'Higgins.

Ardides de San Martín.


San Martín era tan hábil para la intriga como para la organización. Por medio de los agentes que había enviado a Chile, así como mediante cartas que simulaba eran enviadas por los realistas de Mendoza a sus amigos de Chile, hacía circular en este país toda clase de noticias verdaderas o falsas, pero diestramente calculadas para sembrar el desconcierto y la vacilación entre las autoridades españolas.

El ejemplo mas notable es el caso de Castillo Albo. Un comerciante español, don Felipe del Castillo Albo, a quien San Martín tenía preso en la Punta de San Luís, le sirvió de instrumento inconsciente. Le obligó a entablar correspondencia directa con el propio Marcó del Pont. Los agentes de San Martín escribían a la familia de Castillo Albo en Chile cartas que eran recibidas aquí como si fuesen escritas por él. La familia ofreció a Marcó esta fuente de informaciones para saber lo que ocurría en Mendoza. Marcó del Pont cayó en el lazo y entabló relaciones directas con Castillo Albo. Las misivas de Marcó del Pont caían en manos de San Martín, que de este modo pudo penetrarse del pensamiento íntimo de aquél.

En una ocasión un mensajero de Marcó del Pont que traía cartas escondidas, cayó en poder de San Martín. Este lo interrogó en persona, obligándolo bajo pena de muerte, a entregar las cartas a sus destina¬tarios, trayéndole las respuestas. Los desgraciados destinatarios fue¬ron todos apresados y obligados a escribir a Marcó del Pont de su puño y letra lo que San Martín les dictó. Pudo así San Martín ha¬cerle creer a Marcó del Pont cuanto quiso.

Al mismo tiempo, bajo el pretexto de anunciar a Marcó del Pont la declaración de la independencia argentina que acababa de proclamar el congreso de Tucumán (1816) envió un parlamentario a Chile para reconocer los caminos de la cordillera. Tan delicada mi¬sión fue confiada a su ayudante don José Antonio Alvarez Condarco, quien, tomando el camino de los Patos, llegó sin dificultad al territorio chileno, donde las avanzadas realistas lo escoltaron hasta Santiago. Una vez en presencia de Marcó, hizo entrega a éste de los pliegos de que era conductor.

Los consejeros del gobernador habían creído en su arrogancia que Alvarez llevaba un pliego de sumisión; pero al imponerse del contenido del comunicado su indignación no tuvo límites. El docu¬mento fue declarado "un libelo infame y provocativo", ordenándo¬se por dictamen del auditor de guerra se le quemase "por mano del verdugo en medio de la plaza principal a presencia del pueblo y de las tropas".

Alvarez quedó detenido en casa del comandante don Antonio Morgado, donde conoció a algunos oficiales realistas que habían es¬tado afiliados a la masonería en España. Alvarez, que conocía los signos masónicos, pronto intimó con ellos y pudo así darse cuenta de que en el ejército del rey había muchos jefes partidarios de la monarquía constitucional y contrarios al absolutismo restaurado por Fernando VII, en lo que podía verse desde luego un comienzo de desunión.

Marcó, que a todo esto sospechaba ya que la misión de Alvarez tenía una finalidad oculta y maliciosa, lo hizo comparecer ante un consejo de guerra; pero el consejo, formado por aquellos oficiales, resolvió que no podía aplicársele la pena de muerte, pero sí la expul¬sión del territorio. El emisario fue devuelto a Mendoza por Uspallata, lo que le permitió reconocer el otro camino.

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